La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su concepción.
La castaña, escribe Eadmero, «es concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero que a pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos». Incluso bajo las espinas de una generación que de por sí debería transmitir el pecado original, María permaneció libre de toda mancha, por voluntad explícita de Dios que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso. Así pues, si lo quiso, lo hizo».
La fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que «brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino» («Lumen gentium», 68). Con esta conciencia os invito a dirigirnos a ella con la oración del Ave María.
AVE MARÍA
Dios te salve María
llena eres de gracia
el Señor está contigo
bendita tú eres
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte,
Amén.
Extraído de profesorado de religión.org